Por: Miguel Guerrero
El presidente Danilo Medina tal vez haya perdido una oportunidad excepcional de conciliarse con la sociedad
al promulgar la ley de reforma tributaria, en momentos en que el
rechazo al denominado “paquetazo”, se hacía más evidente. Analizando el
tema desde una perspectiva oficial, pienso que sus asesores bien
pudieron convencerlo de ganar un poco de tiempo observándola, en lugar
de promulgarla para inmediatamente después modificarla para eliminar el
impuesto a las compras por Internet.
Ese aspecto de la ley pudo usarse como pretexto para enviarla de nuevo al Congreso. Una iniciativa de esa naturaleza hubiera puesto a pensar a muchos críticos sobre la posibilidad de que el presidente modificara el contenido de la reforma para hacerla más potable. Una restructuración inmediata del gabinete, cuya conformación le ha traído tantas antipatías a la administración, le pudo haber dado al gobierno el respiro que necesita para encontrarle una salida a la grave situación de déficit que su compañero Leonel Fernández le dejó como legado al entregarle la presidencia.
Justa o no la apreciación, lo cierto es que cada vez más ciudadanos asumen la idea de que el presidente está amarrado por los compromisos con Fernández y que esas ataduras condicionarán su accionar en los cuatro años para los cuales fue escogido el pasado 20 de mayo, en un proceso muy cuestionado por denuncias de uso desmedido de recursos, compras de cédulas y otras irregularidades. Como fruto de esos lazos de lealtad partidaria, el nombramiento del gabinete le confirió a su administración, apenas tres horas después de haberse juramentado, un aspecto de vejez que echó a rodar cuantas ilusiones generaron su discurso inaugural.
Por lo que se observa y escucha, no es difícil asumir que mientras no se den señales claras de independencia real, la imagen pública de la administración seguirá deteriorándose.
Ese aspecto de la ley pudo usarse como pretexto para enviarla de nuevo al Congreso. Una iniciativa de esa naturaleza hubiera puesto a pensar a muchos críticos sobre la posibilidad de que el presidente modificara el contenido de la reforma para hacerla más potable. Una restructuración inmediata del gabinete, cuya conformación le ha traído tantas antipatías a la administración, le pudo haber dado al gobierno el respiro que necesita para encontrarle una salida a la grave situación de déficit que su compañero Leonel Fernández le dejó como legado al entregarle la presidencia.
Justa o no la apreciación, lo cierto es que cada vez más ciudadanos asumen la idea de que el presidente está amarrado por los compromisos con Fernández y que esas ataduras condicionarán su accionar en los cuatro años para los cuales fue escogido el pasado 20 de mayo, en un proceso muy cuestionado por denuncias de uso desmedido de recursos, compras de cédulas y otras irregularidades. Como fruto de esos lazos de lealtad partidaria, el nombramiento del gabinete le confirió a su administración, apenas tres horas después de haberse juramentado, un aspecto de vejez que echó a rodar cuantas ilusiones generaron su discurso inaugural.
Por lo que se observa y escucha, no es difícil asumir que mientras no se den señales claras de independencia real, la imagen pública de la administración seguirá deteriorándose.
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