Una
vez más ha estado de visita en el país durante varios días el acreditado
politólogo franco-belga Jean Jacques Broussonet, y -como de costumbre- se
reunió con algunos de sus amigos para, según sus propias palabras, “compartir
informaciones y reflexiones” sobre la situación política “ahora que la
República Dominicana se encuentra de cara a unas elecciones que lucen cruciales
para el destino inmediato de su democracia”.
En el
marco de las fascinantes pláticas que se desarrollaron con el profesor
Broussonet, tuvimos la oportunidad de cavilar y debatir alrededor de singulares
y provocadoras ideas en lo atinente al proceso electoral dominicano en marcha
(casi todas formuladas por el distinguido pensador europeo), y nos ha parecido
interesante (por supuesto, contando con la debida autorización de aquel) airear
algunas de ellas, si bien fragmentariamente, a través de estas glosas.
“La República
Dominicana”, comenzó planteando Broussonet, “tiene actualmente el aparato de
clientelismo político más grande de todo el planeta en términos relativos, pues
beneficia de manera personal y directa con fondos del erario a 1, 840,000
individuos (sumando la nómina pública y las de los ´programas sociales´), que
de un universo de votantes que asciende a 6, 504,943 representa un 38.3 por
ciento una vez se descuenta el promedio de abstención de las últimas cuatro
elecciones (26%). Esta forma de usar el dinero del contribuyente para fines
electoralistas no tiene precedentes en el mundo, sin importar la época
histórica”.
“Tal
aparato de clientelismo político (copiado del modelo brasileño, pero sin las
virtudes socialmente liberadoras de éste)”, continuó diciendo el reputado
intelectual, “es lo que explica la fortaleza electoral del PLD (un partido sin historia de combatividad, sin
referencias democráticas claras, de escasa conexión emocional con la gente
sencilla y, además, filosófica y orgánicamente
desfasado, puesto que exhibe un liderazgo providencialista, un pensamiento doctrinal emparentado con el neofascismo
y todavía reivindica el concepto leninista de “disciplina” en tanto fuente de
dirección vertical y de élite “pensante”) a pesar de que las dos últimas
administraciones del doctor Fernández, según testimonian múltiples organismos
internacionales, han roto todos los récords internos en materia de dispendio,
ineptitud, corrupción, inseguridad ciudadana, falta de transparencia y manejo
mentiroso de las estadísticas estatales”.
“Más aún”,
insistió Broussonet, “el alto liderato del PLD (incluido el doctor Leonel Fernández, un absurdo
dirigente mesiánico del siglo XXI que exhibe un discurso a favor de los pobres pero que, en lo fundamental, es el líder de los
ricos, de los beneficiarios de la corrupción -pública y privada- y de la
derecha mas rancia del país) se amamanta en ese aparato clientelar con
particularidades muy propias: aparte de que ha aplicado concientemente el “librito
de Balaguer” (discurso que niega la realidad, manejo
fraudulento de las estadísticas, mega obras como fuentes de “acumulación
originaria” y financiamiento electoral, paternalismo gubernamental, uso
descarado de los recursos del Estado para propósitos partidistas, permisividad
frente a la corrupción, etcétera), cuando menos las dos terceras partes de su
base socio-política son de procedencia no peledeísta: balagueristas
desamparados, lùmpenes barriales, “yuppies” (acrónimo pluralizado en inglés que
designa a profesionales urbanos de entre 20 y 40 años ávidos de nombradía y
riqueza rápida), intelectuales conservadores y ex izquierdistas”.
“En otras
palabras”, acota el letrado franco-belga, “no exageran los que han afirmado que
el PLD es un proyecto en marcha de partido de
Estado (tipo los de la vieja Europa del este) o de partido-corporación
(tipo nacional-socialismo alemán o fascismo italiano) que tiene al gobierno
como manantial de alimentación y plataforma de funcionamiento. Pero hay que
agregar algo más: el peledeísmo opera también en estos momentos como una gran
empresa política, económica e ideológica por acciones que, con rasgos y visión
estratégica de monopolio, genera riquezas por
diferentes vías reproduciendo los peores referentes de la sociedad,
mantiene una voluminosa militancia parasitaria y está dirigida por una élite de
nuevos potentados que se pelean sigilosamente por los cuantiosos privilegios
que reditúa el ejercicio del poder. Es, por consiguiente, un partido que
encarna en términos históricos, si hacemos caso omiso a las confusiones que
puedan existir hoy día al respecto, la opción política corporativista (en su
vertiente neoliberal y neofascista) por oposición a la opción popular y
humanista”.
“No se debe
olvidar”, añade Broussonet, “que en política la visión corporativista del
desarrollo social (autoridad estatal casi sin grietas, fuerte base financiera,
apabullante parafernalia pública y control de la propaganda, la percepción y la
“conciencia”) tiende a crear en principio un estado de adormecimiento general
(“mentid, mentid, que algo queda”, o “lo real no es el hecho sino la
percepción”) y de apoyo por omisión que raya en el totalitarismo popularmente
consentido, pero a la postre genera por si mismo un despertar colectivo en forma
de indignación y rabia que, aunque en principio subterráneo (por el miedo de la
gente a la represión o a la pérdida del beneficio de que goza por obra y gracia
del Estado), termina haciendo añicos todo el ordenamiento creado bajo sus
providencias y dictados. Esto es lo que enseña la historia, no otra cosa, y no
hay razón para suponer que no ocurrirá lo mismo con el proyecto corporativista
del PLD”.
“Ahora bien,
¿qué es lo que ocurre? ¿Por qué los pueblos terminan abominando de semejante
visión del desarrollo social?”, se pregunta Broussonet, y de inmediato se
responde: “Lo que acontece es que si algo no pierden nunca los pueblos (sin
importar lo que se les de, ofrezca o machaque) es su instinto de supervivencia,
y por eso cuando reparan en que los proyectos corporativistas (aún con su
inmenso aparato clientelar) se constituyen en tomaduras de pelo frente a sus
verdaderas realidades materiales (la percepción, obviamente, se impone sobre
los hechos sólo de manera temporal) y en una amenaza a la existencia misma de
la nación (“el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”), la
conspiración y la deserción crecen como la verdolaga: es la consumación del
viejo dicho de que “lo mucho hasta Dios lo ve”, pero en estos casos como
repuesta popular sabichosa”.
“Por otra
parte”, sigue diciendo el politólogo franco-belga “tampoco se puede olvidar que
los proyectos corporativistas históricamente tienden al totalitarismo en
términos políticos, económicos, culturales e ideológicos (subordinación de los
poderes públicos y los órganos de control estatal a la voluntad partidaria o
personal asentada en la sede del Ejecutivo, señorío mediático-cultural,
invasión de la estructura económica con nuevos agentes vinculados al partido de
gobierno, etcétera), y semejante sesgo inevitablemente termina enfrentándolos
con la parte no sumisa de la partidocracia, con importantes sectores
productivos (que ven en el pluralismo y la alternabilidad los más sólidos
pilares de la estabilidad social y, por lo tanto, las mejores garantías de sus
inversiones y expectativas de avance) y con la clase media profesional e
intelectual no incorporada al modelo de dominación establecido”.
“De ahí”,
enfatiza Broussonet, “que si vemos bien las cosas la
fortaleza de hoy del PLD (sustentada en los
recursos públicos y en el bombardeo publicitario) será su gran debilidad del mañana inmediato: al ser un
organización de mentalidad corporativista que carece de límites morales y que,
por ello mismo, en el fondo desprecia a la gente simple de carne y hueso (a la
que entretiene y burla con migajas de la riqueza estatal), la rebelión de esta
última contra ella será inevitable, y para fines prácticos la misma se habrá de
conjugar con la postura levantisca de los sectores ya mencionados para crear,
formal o informalmente, un gran frente de oposición real: los ejemplos a este
respecto, valga la insistencia, abundan tanto en la historia europea como en la
americana, desde el partido NAZI de Alemania hasta el PRI de México”.
“Desde luego,
los enfrentamientos del tipo reseñado”, asegura el profesor Broussonet,
“siempre terminan generando grandes polarizaciones sociales, económicas,
culturales y políticas, aunque para el observador la más evidente y brutal
habitualmente es la que se produce en el último terreno (dominado y regentado
por los partidos y sus liderazgos): de un lado, los beneficiarios directos e
indirectos del proyecto corporativista, y del otro lado los excluidos y los
críticos morales. A la larga, esa es la esencia de la batalla, sea de carácter
electoral o sea de cualquier otra índole: el encaramiento simple de ´los de
arriba´ contra ´los de abajo´ en la estructura política del Estado”.
“Naturalmente”, precisa el educador del viejo continente, “si esa
batalla es puramente electoral el partido que representa al status con
regularidad tiene las de perder, y no solamente porque marcha a contracorriente
de la historia y los anhelos populares (por más grande que sea el aparato
clientelista nunca puede compensar a la mayoría de la población y, además, es
inevitable que cree, dentro de sus favorecidos, un mudo sector de descontentos
e insatisfechos integrado por los que se consideran merecedores de mayores
mercedes) sino también porque la inclinación al cambio (y esto no debe olvidarlo
ningún analista u observador político) es una categoría histórica inherente a
voluntad social cuando hay una atmósfera de polarizaciones”.
A ese
respecto, la consideración nodal de Broussonet sobre las elecciones nacionales
es clara y terminante: “La República Dominicana se encuentra en estos momentos
dentro de esa vorágine de polarizaciones (que constituye una seria amenaza para
la democracia porque el poder intenta reproducirse y perpetuarse con base en el
dinero, la alineación publicitaria y la fuerza logística del Estado,
debilitando la institucionalidad y yugulando los espacios de pluralidad y
contrapeso) en un ambiente de grandes carencias y descontentos populares
(certeramente colocados por la oposición en el centro del debate público con la
consigna paternalista pero reivindicadora de “!Llego papá!”) y de notoria y
peligrosa precariedad en el arbitraje
institucional (JCE y altas cortes controladas por el
partido de gobierno). La situación no puede,
pues, ser más explosiva, y de ella tienen clara conciencia los sectores que con
regularidad deciden los procesos electorales”.
“En
consecuencia”, concluye preliminarmente Broussonet, “aunque por razones obvias
no me es dable pronosticar con absoluta certidumbre los resultados concretos de
las elecciones del 20 de mayo de este año, sí puedo decir, con todo
convencimiento, que los indicadores de experiencia histórica, las realidades
sociales y los instintos populares están a favor del cambio,
y que éste, más allá de los partidos en pugna y al margen de la consignas
matrices de campaña, actualmente tiene nombre y apellido: Hipólito Mejìa”.
Como
siempre, el autor de esta nota no formulará ningún comentario sobre el
singularmente seductor análisis del profesor Broussonet… Parafraseando al
conductor del programa televisivo homónimo, “Sea usted el jurado”.
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